Alberto Bernabé Bordoy, natural de Guadalcanal (Sevilla) falleció en su domicilio el 23 de octubre de 2021 a los 95 años de edad. Estuvo casado desde hacia 61 con su mujer Rosa Salgueiro Ramos con quien mantuvo una dilatada y feliz vida en común, fruto de lo cual nacieron sus cinco hijos varones, tres de los cuales aparecen en la portada de este Blog.
Nació en plena Sierra Morena el 15 de noviembre de 1925, aunque en los documentos oficiales aparece el dia 26. Este baile en las fechas es muy común en aquellas personas nacidas en el campo, a mucha distancia de las urbes donde radican los registros civiles o las iglesias de cristianar. No obstante el mundo rural tiene formulas propias para registrar la fecha de estos nacimientos que en el caso de mi padre fue el de ponerle el nombre del Santo de ese dia: San Alberto Magno.
Su vida fue dura, llena de penalidades y sacrificios al igual que la de todos aquellos que por circunstancias del destino les toco vivir y trabajar en la primera mitad del siglo XX en un medio rural anclado en un pasado atávico y casi feudal, donde las relaciones laborales se basaban en la servidumbre y la semiesclavitud. Es evidente que el formaba parte de ese conglomerado de campesinos sin tierras que mendigaban un poco de pan a cambio de su fuerza de trabajo.
A esa vida de miseria y privaciones se le sumó una guerra fraticida y una posguerra de hambre y vejaciones que el soportó con entereza. Su don de gentes e inteligencia natural hizo que tras el servicio militar en Jerez de la Frontera decidiera emigrar a la capital donde trabajó en diferentes oficios. Fue en una fábrica de hilo vegetal, en la que se deshilachaba la palma, donde conoció a la que iba a ser su mujer. Con su ayuda consiguió prepararse unas oposiciones a policia local de Sevilla que aprobó a la primera, lo que les posibilitó celebrar su boda. Luego vienieron los hijos y seguir formandose, consiguiendo el titulo de profesor de autoescuela, dando clases de conducir, trabajo que simultaneaba con el de funcionario.
Ese pluriempleo hacia que trabajase de dia y de noche, por lo que durante muchos, muchisimos años, mis hermanos y yo difícilmente pudimos disfrutar de él. Nos imponía su caracter recto y autoritario; a la vez que su cariño, su fina ironia y la bondad de sus acciones nos encandilaba. Era una hormiguita ahorradora (de los que había que darle un martillazo en el codo para que abriese la mano), honrado hasta el extremo, cuyas regañinas y enfados provenían de nuestra negativa a comer o que sobrara comida en el plato. Hombre fuerte y duro donde los haya que solo ha buscado la felicidad y el bienestar de su familia a lo largo de su dilatada vida. Su unico deseo siempre fue estar rodeado de sus seres queridos.
Ninguna muerte es buena, pero la de mi padre, al menos, no ha sido especialmente dolorosa. Podemos decir que ha realizado un tránsito correcto, aunque como todos los seres que son queridos nos ha dejado un vacío imposible de llenar, un corazón repleto de lágrimas y un recuerdo imborrable. Sus enseñanzas y su ejemplo de vida han marcado mi carácter y el de mis hermanos, donde el honor, la ética, la honradez, la vergüenza, el saber estar, la defensa de la verdad y de los mas débiles, el poder del aprendizaje continuo, el valor del trabajo, la familia… son valores que seguiremos transmitiendo de generación en generación; aquel que nació sin nada y se fue con menos, nos dejo una inmensa fortuna en cariño que ahora deberemos repartir con los menos afortunados.
Mi mujer y mis hijos, al igual que yo, estamos tremendamente agradecidos por los años disfrutados junto a él. Su figura ha sido tan importante para sus nietos que cuando despediamos el feretro en su obituario, mi hija sin poder frenar las lágrimas que rodaban por su mejilla, introdujo una carta entre sus ropajes a modo de despedida para que su abuelo la leyese en el cielo, y es la que os reproduzco aquí.
Descansa en paz «jefe», nosotros sabremos proteger tu legado.
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